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LOS VIAJES DE EQUEN

“LA  MAGIA  DEL  VIENTO”

 

Al suroeste del continente Americano casi cayéndose del mapa, en un país muy lejano llamado Argentina, vivía el joven Equén. Compartía una pequeña  cabaña con su abuela Elien en un pintoresco pueblito conocido  como “Buta Ranquil “en la provincia  de Neuquén.

Para ellos la vida era muy dura y sacrificada, se levantaban al amanecer y mientras  Equén se encargaba de las labores de la granja, Elien salía a vender huevos caseros y verduras frescas para poder traerle a su nieto la leche y el pan todos los días, era una mujer muy delgada sin embargo tenía mucha energía, era capaz de caminar dos kilómetros sin cansarse, manteniendo siempre una sonrisa apacible sobre blanquecina cara.

Después de una jornada agotadora ellos conversaban junto al fogón donde la abuela le contaba fabulosas historias mientras cepillaba cien veces su larguísima y abundante cabellera gris. Equén la miraba fascinado ya que él no tenia ni un solo cabello, jamás lo había tenido, no sabia por qué  razón  y no se atrevía a preguntarle a Elien, ya que una vez ella se había enojado mucho cuando unos chicos en la escuela se habían burlado de él y recordaba sus palabras:”no todos somos iguales cada uno es como es”. Ese día su abuela le había explicado que no había un solo ser sobre la tierra que fuera exactamente igual a otro, siempre había una pequeña diferencia y eso era precisamente lo que nos hacía únicos y especiales.

Elien ya ni recordaba cuantos años tenía, pero como se sentía un poco enferma y  temía por el futuro de su nieto decidió contarle la mejor de sus historias para que nunca se olvidara de ella y además para que recordara siempre como debía comportarse en la vida.

Una tarde susurrando como si fuera un secreto le contó que en ese lugar había escondido un increíble tesoro pero muy bien escondido, muchos lo habían buscado por años sin encontrar nada hasta ahora. Equén la escuchó con mucha atención:

 

“Encerrada en una burbuja de tiempo se halla una tierra misteriosa llena de magia y encanto; donde hay oculto un tesoro fabuloso brillante como el sol, es tan grande que no cabe en un carro, tan pesado que ni una yunta de bueyes podrían tirar de el y aún así algunos la pueden ver. Solamente alguien muy especial podrá encontrarlo porque debe vencer muchas dificultades en el camino. Debe pasar por la Cordillera de Los Andes donde las cimas están cubiertas de nieve y el frío congela. Se encontrará con volcanes que murmuran, sierras empinadas donde algunas rocas se desprenden arrastrando todo a su paso, cerros y bardas donde el viento no te deja avanzar, extensas mesetas donde no se ve un final. El afortunado que logre pasar por todo esto tendrá su recompensa. Encontrará hermosos valles y fantásticos bosques, grandes lagos como espejos habitados por especies únicas, medianas lagunas con exquisitos frutos silvestres y pequeños arroyos poblados  por minúsculas criaturas. Muchísimos ríos surcan esas tierras, como si fueran venas que alimentan a un corazón que late con la mágica fuerza de la vida; de allí brotan manantiales de aguas límpidas, que purifican las almas y aguas termales cálidas que sanan los cuerpos, agua helada de los deshielos y agua tibia de los géiseres. También se encuentra el río más pequeño del mundo. Parece que toda la geografía se halla en ese lugar desafiando a la voluntad del más valiente; solo con una mente clara mucho ingenio y deducción podrá descubrir donde se halla oculto ese tesoro maravilloso que lo está aguardando en las misteriosas tierras de Neuquén”

Esa noche Equén se durmió pensando en las inquietantes palabras de su abuela:”solo una persona muy valiente podrá hallarlo, alguien muy especial. Tendrá que poder ver más allá como el cóndor, ser tan fuerte como el puma, precavido como el zorro y tenaz como el avestruz para recorrer la inhóspita Cordillera de los Andes y además estar atento a los peligros de la noche como la lechuza, pero también poseer la serenidad y la calma de un cisne”

Al día siguiente Equén despertó con gran entusiasmo, en menos tiempo que tarda un gallo en cantar cortó la leña, juntó los baldes con agua, le dio de comer a las gallinas y soltó a las chivas. Mientras Elien calentaba el agua para tomar mate, el joven comenzó a tejer una gran canasta de mimbre. Ella lo miraba con curiosidad y le preguntó:

-¿Para qué es eso?

-¡Para que sea más liviana!-le contestó Equén rápidamente.

La abuela quiso averiguar más pero su nieto no le dio tiempo, en un abrir y cerrar de ojos ya estaba afuera con un pedazo de cuero en las manos. Inmediatamente lo cortó en finas tiras y se puso a trenzarlas para que fueran más resistentes. Ya se le había ocurrido la manera de realizar el viaje sin necesidad, de utilizar dinero, algo que no se veía mucho por esos lugares y además costaba mucho esfuerzo obtener. Estaba decidido a buscar el tesoro, aunque tuviera que recorrer toda la provincia centímetro a centímetro sin importarle cuanto tiempo tardara.

Le pidió una tela grande y fuerte a su abuela y comenzó a engrasarla para que el agua de lluvia no la mojara. Al día siguiente le hizo unos dibujos y los pintó, serian sus símbolos protectores y además lo identificarían por donde fuera. Elien ya no le preguntaba nada más y solo lo miraba de reojo de vez en cuando.

Equén ahora tenía un sueño y se las ingeniaba para poder cumplirlo. En pocos días tuvo su “globo” listo. Su abuela lo miraba con admiración y el joven sentía que tenía más de catorce años, su pecho se inflaba tan grande como su globo aerostático, ahora solamente le quedaba esperar a que soplara un viento fuerte para iniciar el tan anhelado viaje.

Pasaban los días lentamente; en los atardeceres seguían sentándose bajo el parral  aunque el otoño ya le había quitado prácticamente todas sus hojas. La abuela seguía contando sus cuentos fantásticos mientras sus manos parecían dibujar los animales de los que hablaba y a través de las llamas parecían cobrar vida con  ayuda de la gran imaginación de Equén, que ahora también comenzaba a contarle sus sueños. Con mucha ansiedad él había guardado una bolsa con piñones y una botella con agua en la canasta. Ya estaba preparado para viajar y vivía mirando el cielo.

Un amanecer muy temprano se levantó un viento fuertísimo llevándose la última hoja amarillenta. Equén salió corriendo a revisar su globo que por suerte había quedado enredado en el parral. Corrió a buscar a su abuela pero ella dormía profundamente y le dio pena despertarla, como estaba helada la cubrió con una gruesa manta que ella misma había tejido con lana de chiva. Equén le acarició sus largos cabellos de color ceniza como despedida y susurrándole dulcemente le dijo muy bajito al oído:”Volveré con el tesoro para ti”

De un salto se metió en la canasta y liberó el globo, en un segundo estaba sobre su casa. Se agarró con fuerza porque el viento le zumbaba en las orejas como queriéndole decir ¡Nos vamos!

Equén iba muy feliz sonriendo mientras veía como los animales, las plantas y las cabañas se iban achicando.

¡Había comenzado el viaje en busca del Tesoro!

 

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