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LOS VIAJES DE EQUÉN

“LA  BUSQUEDA  DEL  TESORO”

 

 

Iba volando muy alto; al mirar hacia abajo veía una alfombra con manchitas verdes, unas más claras y otras más oscuras sobre un fondo de color arena. De pronto al levantar su cabeza se encontró con un gran Cóndor parado sobre una de las montañas de la Cordillera del Viento; de inmediato hizo bajar su globo, iría a preguntarle si había visto por allí un gran tesoro, pero el enorme pájaro ni siquiera se dignó a mirarlo; permaneció quieto como si fuera un gran rey con su collar blanquísimo como la nieve rodeándole el cuello y con una amplia capa blanca sobre su reluciente traje negro azulado.

Muy lentamente extendió sus enormes alas y salió planeando sobre el joven casi rozándolo con sus patas. Equén por unos segundos estuvo bajo la gran  y fría sombra; instintivamente se arrodilló, quizás por temor a que el ave en su paso lo golpeara o tal vez en señal de respeto hacia el gran señor de las cumbres.

Desde otra barda un poco más alejada los observaba erguido como una estatua un imponente Puma dorado, Equén no se atrevió a acercarse y desde donde estaba le dijo alzando lo más que pudo su voz:

-¿Haz visto por aquí un tesoro tan brillante como el sol?

-A lo que el puma respondió negando con un simple movimiento de  su cabeza.

Muy cerca se encontraban descansando un guanaco y una liebre (al parecer se estaban escondiendo del puma) que al oír la conversación comentaron muy bajito entre ellos que por allí no había ningún tesoro y además si brillaba seguramente ni siquiera serviría para comerlo.

Equén siguió recorriendo el lugar descendiendo lentamente para evitar caerse porque había muchas piedras sueltas; que ni bien las tocabas rodaban hacia abajo con gran velocidad y también había afiladas rocas por todos lados, lo que convertía en doblemente peligrosa una posible caída.

Al llegar abajo se encontró con un piche y un lagarto que discutían acaloradamente rasguñando la tierra; un zorrino hacia de arbitro y les decía que dejen de pelear por pequeñeces, parece que los dos querían hacer su cueva en el mismo sitio.

Equén los interrumpió para preguntarles si habían visto algún tesoro enterrado ya que ellos vivían excavando. De inmediato le dijeron todos  juntos  que no sabían nada y se hicieron los distraídos. Ni bien Equén estuvo lejos los tres comenzaron a hacer pozos y decían que si había algo por ahí seria para ellos.

El zorrino muy pronto se cansó de trabajar, dio un fuerte sacudón desde su pequeña cabeza hasta su despeinada cola para sacarse toda la tierra que tenia encima y se fue a conversar con el avestruz y la comadreja, les contó que una extraña criatura buscaba un tesoro y que tuvieran cuidado porque era un tanto raro.

¡El avestruz vio a Equén que se acercaba sonriendo y salió corriendo! Mientras el joven más lo perseguía  él más intentaba alejarse y para desorientarlo cambiaba de dirección a cada rato moviendo sus hermosas plumas aunque en vano, porque si bien él era un ave no podía volar. De todas maneras  el avestruz no se quejaba de su condición, porque en cambio tenia unas largas y fuertes patas que lo hacían muy veloz, en una carrera era muy difícil que alguien pudiera ganarle.

A los tres minutos Equén ya tenia la cara roja como un tomate, se sentó sobre una gruesa piedra laja a descansar un momento y decía muy agitadamente entre suspiros ¡Ya nos volveremos a encontrar!

Pasaban y pasaban las horas y Equén solo veía a su sombra cambiar de lugar. Cada tanto se encontraba  con un grupito de matas espinosas o alguno que otro arbusto achaparrado; el viento corría tan seguido por ese lugar que las plantas se quedaban agachaditas aferrándose al suelo con profundas y fuertes raíces ¡Seguramente que, si Equén hubiera tenido pelo también se le habría volado!

El joven muy desilusionado caminaba al atardecer cuando una vieja lechuza comenzó a chistarle llamándolo, le dijo que por esos lugares en las noches era muy tranquilo y si hubiera algo lo habría visto brillar en la oscuridad, aunque estuviese lejos porque a ella no se le escapaba nada.

Por detrás de una gran mata de calafate se escucharon unas voces, eran un Huemul y un conejo que desvelados se habían puesto a comer los ricos frutos silvestres. Equén les preguntó si sabían algo sobre un tesoro, a lo que el Huemul le respondió muy amable pero sin dejar de masticar: Si alguien puede saberlo ese es el Cisne de Cuello Negro porque vive viajando de un lugar a otro y se conoce todo. Pero no se encuentra aquí  debes seguir hacia el suroeste, a la zona donde hay muchísimos lagos.

Alentado por el ciervo, Equén decidió seguir su viaje en busca del tesoro y ahora también del Cisne de Cuello Negro ¡Estaba tan cansado que se quedó dormido viendo pasar las estrellas!

 

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