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LOS VIAJES DE EQUÉN

“CHAPUZÓN  DE  BARRO”

 

Al amanecer lo atrapó un fuerte remolino que por poco lo hace cruzar la frontera con Chile por el Paso de Copahue. Por suerte o no, lo empujó un fuerte chorro de agua tibia que salía abundantemente de un geiser y con tanto acierto que fue a caer justo en un suave y burbujeante lodazal, cosa que amortiguó bastante el golpe.

Equén estaba levantándose cuando se dio cuenta que no le dolía nada. Estaba cubierto de un lodo calentito y comenzó a reírse solo ¡Si lo viera su abuela! Lo hubiera tomado de una oreja y lo habría zambullido en la tina con agua ¡Parecía un verdadero cerdito chapoteando en el barro! Aunque tal vez a Elien le hubiera interesado más  eso de que calmaba los dolores. ¡Ella que sufría tanto con el dolor de su espalda!

El joven caminó hacia el geiser, se quedó dos minutos debajo del chorro  de agua para lavarse un poco y así todo mojado fue hacia su globo para comer unos piñones, necesitaba de toda la energía que estos pudieran darles. No tenía frio porque  lo calentaban los fuertes rayos del sol del mediodía. ¡Aunque estaba en pleno invierno!

Comenzó a caminar sobre rocas húmedas y pegajosas entre nubes de vapor, ¡Parecía que estaba en otro planeta! Precavido como el zorro miraba hacia ambos  lados no sabia quienes habitaban tan extraño lugar. Al cabo de unos minutos se aburrió porque no encontraba a nadie para preguntarle por el tesoro y allí no había ni un solo lugar donde pudiera estar oculto. Solamente había encontrado tres cuevas con muchas huellas de lagartijas.

Llevó su globo hasta una mediana barda rocosa desde donde caían suavemente finos hilos de agua verde formando una pequeña laguna, apenas pudo notar la presencia de unos sapos porque eran del color del suelo. Se quedó mirando fijamente el agua y vio moverse varios hilitos rojos, sin dudas los habitantes de las termas eran diminutos y aunque Equén tena muy buen oído consideró que seria perder el tiempo preguntarles a ellos, porque él ya sabia quien tenia la respuesta.

Además empezaba a oscurecer y la verdad es que no quería pasar la noche allí solo, así que abordó su globo y siguió rumbo al sur en busca del Cisne de Cuello Negro.

Ni bien Equén abandonó el lugar se asomó con cautela una hermosa Águila Mora que jugaba a las escondidas con un pequeño Huillín, un simpático roedor color pardo oscuro que trataba de no respirar para no mover los juncos. Pero inútil fue su esfuerzo porque llegó su pariente el Coipo, un primo bastante bochinchero y melenudo que comenzó a amontonar junquitos para hacerse su casita, dejando al descubierto el frágil escondite del Huillín ¡En unos  segundos todos corrían de un lado para otro!

El Pato de los Torrentes estaba a las carcajadas parado sobre una roca en medio de la cascada, se reía de Equén porque se había ido justo cuando realmente empezaba  la diversión, la mitad de los habitantes del lugar se escondían  y el resto salía a perseguirlos.

De pronto recordó el viejo dicho “El que ríe último ríe mejor” y por las dudas antes que llegara algún zorro a buscarlo  se zambulló y desapareció nadando velozmente.

Equén sobrevolaba sobre las termas en su globo muy aburrido sin imaginar siquiera el alboroto que había allí abajo, es que en ese rincón del mundo parecía estar todo al revés, en la noche había mucho movimiento, mientras que de día  saltaba uno que otro sapo y nada más.

 

 

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